lunes, 4 de marzo de 2013

EL JOVEN INOCENTE


El joven inocente

Un atardecer de invierno llegó al pueblo un joven viajero que venía desde muy lejos recorriendo el mundo. Cuando vio la primera casa tocó a la puerta y nadie le abrió. Tocó a la segunda y un viejo señor abrió la puerta con cara de sorpresa. El viejo preguntó:- ¿Qué quieres?

El joven respondió: Me preguntaba si me podría dar algo de comer.
El viejo con ganas de aprovecharse del joven mandó a su mujer que le hiciera una rica sopa con una condición: que le trajera unos huesos para darle  sabor a la sopa. El  viajero vio una gallina en el corral de aquel hombre y cuando la iba a matar para poderla echar a la sopa el señor dijo:- Esa gallina la necesito, es mejor que vayas al cementerio a por unos cuantos huesos.
Cuando el chico llegó al cementerio se encontró  con un fantasma que al verle le preguntó:- ¿Qué necesitas de este viejo cementerio?
Y el le contestó:- Quiero unos huesos para que un señor del pueblo me haga una sopa.
El fantasma le propuso un trato al viajero: darle unos huesos suyos a cambio de que le llevara un poco de sopa. El chico aceptó. Cuando llegó a la casa del viejo y le dio los huesos él le dijo:- También necesito una piedra para la chimenea. Entonces el chico fue al corral y cogió una piedra de la pared pero el hombre lo que quería era hacer trabajar al muchacho entonces dijo:- Esta pared me ha costado mucho levantarla, es mejor que vuelvas al cementerio a por una lápida. Cuando llegó al cementerio se encontró con el fantasma y le pidió la lápida, el se la dio porque tenía mucha hambre y quería tomar la sopa. Cuando llegó con la lápida la mujer del viejo empezó a preparar la sopa y al acabar el señor sacó dos cucharas y dijo:- Esta cuchara es para mí y esta otra para mi mujer.
Y el señor echó al chico de su casa y le cerró la puerta. El chico desconsolado fue a decírselo al fantasma y cuando se enteró bajó rápidamente a la casa del viejo. Cuando el viejo lo vio entrar se asustó tanto que salió corriendo y cuando lo pilló, lo cogió y lo enterró con la lápida que el chico había llevado a aquella casa.

Y todas las tardes el joven y el fantasma disfrutaban de una sopa en el cementerio para acordarse de aquel viejo avaro.
Si la vida te da cien razones para llorar dale a la vida mil razones para reír.
Ania Delgado Vicente 2º A

1 comentario:

  1. chicos/as, seguid escribiendo buenos cuentos como este y todos los que hay en este blog:)

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